Por: Laura Sandoval, Gerente de Agronegocios JA&A
Golpeado por los efectos de la emergencia sanitaria, el año 2020 se destaca como el peor año para la economía colombiana desde que se tienen series de crecimiento (DANE 2021). Según datos del Departamento Administrativo Nacional de Estadística -DANE-, el PIB en Colombia tuvo una caída de 6,8%, superando la contracción de 1999. Sin embargo, pese a que la mayor parte de la economía se detuvo en 2020, el sector agropecuario siguió trabajando para asegurar que la comida llegue a su mesa y fue de los pocos que cerró el año con tendencias positivas, llegando al 2,8% de crecimiento. Comparando con el histórico del sector, esta cifra no es de las mejores, sin embargo, es un hito considerando el resto de la economía.
Si bien en Colombia son pocas las grandes inversiones de escala industrial en el sector rural, éstas aportan de manera significativa en términos de generación de divisas y de empleos. El resto del sector agropecuario en el país opera a nivel de minifundio y a través de campesinos o empresarios agricultores no tecnificados. Aquí sería importante reflexionar sobre la dicotomía que es un sector fuerte compuesto por individuos que siguen enfrentando una crisis social.
Primero, se debe reconocer que, en el agro, pausar actividades no es sólo una opción inviable, sería una petición imposible. Las vacas no se pueden dejar de ordeñar, los cultivos no se pueden parar de regar, fertilizar o cosechar y los animales no se pueden dejar de alimentar. Un solo día sin trabajar el agro tendría efectos catastróficos en todo el país. Los agricultores colombianos este último año se destacaron por su resiliencia, enfrentando pausas en acceso a insumos agropecuarios al comienzo de la pandemia, afectaciones por precios, entre otros. Los productores colombianos continúan la producción como sea posible, en muchas ocasiones enfrentando pérdidas económicas, y es así porque el sector es responsable de garantizar la seguridad alimentaria sin dejar de lado la bioseguridad y la inocuidad de los productos.
Este año se han magnificado problemas y barreras, que, aunque siempre han existido, por la pandemia se han exacerbado. Por esto se ha puesto a prueba el rol del Estado para apoyar a este sector. Barreras que siempre han existido como la financiación y oferta de créditos, la alta taza de informalidad en materia laboral, la falta de infraestructura vial para el desplazamiento de productos, e incluso la falta de seguridad jurídica sobre la tenencia de tierras, son temas que afectan a productores de todos los tamaños, pero en pequeños productores tienen efectos de mayor magnitud. Gracias a la presión de actores clave, como respuesta el Gobierno ha ofrecido subsidios para cadenas productivas esenciales, la apertura de créditos dedicados a subsanar los efectos de la emergencia sanitaria y la generación de permisos para asegurar que las operaciones agropecuarias no se vean afectadas en ningún eslabón de la cadena. Estos esfuerzos son un primer paso, pero aún existen oportunidades para seguir apoyando a este sector fundamental para el país con soluciones que van más allá de una respuesta a la emergencia sanitaria.
Por otra parte, la pandemia nos ha demostrado la importancia y el valor de la tecnología, se ha demostrado que hay formas de llevar a cabo procesos de forma más eficiente, y para el sector agropecuario no es la excepción. En Colombia es muy común quedarnos en una zona de confort, con lo tradicional, trabajando de ciertas formas por que “así lo hicieron nuestros antecesores”. Sin embargo, es esencial no quedarse atrás en materia de tecnología e informática. Como país no le podemos temer a la tecnificación, debemos explorar temas de big data, inteligencia artificial, transferencias electrónicas, en fin, todo lo que esta pandemia nos ha demostrado que es posible. Sin lanzarnos a esto, nos arriesgamos a un estancamiento del sector agro en un momento donde existe todo el potencial de avanzar como país.
Una apuesta respaldada por varios actores interesados, es apostarle a la emprerización en el campo, es decir, generar capacidades en los productores de todos los tamaños para que tengan las herramientas y conocimientos para apropiarse de sus futuros. Esta cultura, que ya se ha comenzado a ver en los últimos años en departamentos como Boyacá, debe ser multiplicada a nivel nacional para fortalecer aún más y generar sostenibilidad en el campo colombiano.
Este año, con cuarentenas generales, toques de queda y agendas cada vez más llenas, la conveniencia de poder pedir el mercado a través del celular, nos aleja más de esa conexión que existe entre nosotros y el productor. Nos alejamos de esas personas que trabajan incansablemente desde el campo para garantizar que tengamos comida sobre nuestras mesas en todo el país. No podemos permitir que con esos “privilegios” perdamos de vista todo el esfuerzo que se hace desde nuestro campo para nuestro abastecimiento. Es clave que sigamos impulsando esos esfuerzos locales y generar conciencia sobre todo lo que nos trae el sector.
No debemos desfallecer ante este reto, el potencial existe para seguir fortaleciendo al sector agropecuario, apuntarle a una cultura de sostenibilidad del campo y aportar continuamente hacia el desarrollo de nuestro país.